Escribe Rosa Montero que “El dolor y la belleza son dos extremos íntimamente unidos por la escritura” y que “cuando todo es insoportable siempre te queda la escritura.»
Me uno a tus palabras Rosa, me siento parte de ellas, de esa herida que está en el centro de la existencia y que, como nos cuenta que decía George Braque que el arte es “una herida hecha de luz”; con el arte llenamos ese vacío, esa angustia que sin la ficción resulta difícil de soportar.
Rosa representa esa luz. Desde que la conozco lo he sentido cada vez que he tenido la suerte de hablar con ella, de compartir algún rato de conversación y celebración, porque con Rosa Montero un encuentro es una celebración. Es la voz de la literatura, de ese arte primero que –nos dice– es su forma de conseguir esa luz; un arte que está en el principio de nuestra existencia, desde la caverna, alrededor del fuego; ya allí nos contábamos cuentos, nos contábamos historias gracias a las cuales podíamos vivir. Porque el Homo Sapiens lo es porque inventó la narración;
somos, sobre todo, narración.
Rosa Montero se define como una escritora orgánica: escribir para ella ha sido “como beber, como respirar, algo esencial, estructural, primario y primero en mi
memoria”, escribe en su texto para el libro de ¿Por qué la literatura?
Y nos cuenta que siente que los escritores de ficción somos más conscientes de la muerte que los demás y que, probablemente escribamos para escapar de esa muerte. O para ahuyentar las sombras, como ya hacían nuestros antepasados en torno a la hoguera. O para ordenar, para entender y ordenar el caos en el que vivimos, “para darle una apariencia de sentido.”
Porque, como Rosa, yo también creo que lo imaginado forma parte de la realidad y que la realidad desaparecería si le quitásemos esa parte de imaginación que la ordena, la representa y gracias a la que, en gran medida, podemos vivir sin desesperar.
Al decir escribir, Rosa Montero se refiere a algo más que el hecho físico, se refiere a habitar entre palabras. Porque escribir, como leer, es ese acto de celebración del que hablaba al principio; por eso lo es escuchar a Rosa Montero, por ese habitar suyo entre palabras, por esa reafirmación de la vida que nace en el momento de la lectura, de la escritura, de la palabra que cuenta.